Me hicieron una propuesta y acepté sin pensármelo dos veces.
Más que una propuesta era un reto. Decidí llamarlo el reto de mi vida. Me lo
pintaban como si fuera un juego sencillo, fácil de superar. Os estaréis
preguntando de que reto os hablo y.... bien, me propusieron hacer la vuelta al
mundo. A simple vista carece de dificultad, coges un avión y te desplazas hacia
dónde quieres ir y todo listo, verdad? En el momento en que decidí aceptar la
propuesta se me indico la única norma que tenía que cumplir para poder
realizarla, es decir, para realizarla válidamente. Esta directriz debía tenerla presente durante
todo el viaje: tienes que actuar como si fueras una persona que está viviendo a
finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Si no cumples está norma, solo
cumplirás con parte de la propuesta, allá tú. Estas fueron las únicas palabras
que recordaba con claridad y que aún recuerdo... ¡Ah Bueno! Me dejaba el punto más importante y que todavía recuerdo, si te
saltas esta norma, no tendrás derecho al suculento premio. Una cantidad de
dinero que ni yo mismo me podía imaginar de la de cifras que contenía ese
número. Pero bueno, dejando como empezó todo un poco de lado pasaré a contaros
como fue mi experiencia…
Salí a las 7:00 am desde el puerto de Barcelona con rumbo
hacia Cádiz. Tardé un día en llegar. Me desplacé con un ligero bergantín que no
me dio ningún tipo de problema para hacer el recorrido que tenía planeado. El
mar estaba muy calmado, parecía que ese día estaba de mi parte. Llegué a Cádiz
sobre las 7:00 am del día siguiente. Antes de marchar quise hacerle unas
cuantas fotos al bergantín que me había desplazado de un lado al otro. Era de
madera, color marrón. Sus velas eran grandes y blancas. Parecía que hubiera
veinte sabanas enormes cayendo desde lo más alto de los mástiles. Una vez
realizadas mis fotografías, que pertenecerían algún día a mis recuerdos, decidí
continuar con mi trayecto. A las 11 am del mismo día salía el primer vapor con
destino Nueva York. Recuerdo que antes de subir un anciano me contó que El Turbinia, el barco en el que me tocaba
viajar, fue el primer barco propulsado por turbinas de vapor. Alcanzaba los 35
nudos.
Empecé a cargar todo mi equipaje en el barco, procurando no
dejarme nada. Pasó una medio hora y sonó un fuerte
ruido que avisaba de que el barco se ponía en marcha en pocos minutos.
Al cabo de un rato sonó otro y después otro que fue el definitivo para avisar
de que el barco zarpaba. Sus grandes chimeneas empezaron a humear. Me informaron
de que si todo iba bien tardaría 4 días en llegar a Nueva York. Era un barco
muy grande, con cientos de camarotes y
compartimentos. Mi camarote era el número 05. Me pasaba ahí la gran parte del
tiempo observando recorridos que tenía que realizar y me planteaba como iría de
un lado hacia otro. Siempre iba de la cafetería al comedor y del comedor a la
habitación. Conocí a bastante gente en estos cuatro días, incluso aprendí un
poco de inglés y me lleve una colección de gratos momentos. Se me pasaron
bastante rápido estos días de estancia en el barco. Observando mapas, haciendo
cuentas y calculando distancias al final me decidí por Los Ángeles. El barco
atraco en los muelles de Nueva York. Estaba listo para bajar de él. Recogí todo
mi equipaje y me desplace hacia el puesto aduanero. Revisaron mi pasaporte y
así logre entrar en el país.
Era un jueves por la
mañana y tenía todo el día para preparar el día siguiente. Hice todos los
preparativos en menos tiempo del que yo tenía previsto así que me quedo el
tiempo suficiente como para observar algún sitio emblemático de esa ciudad.
Emplee el inglés que aprendí durante los cuatro días en el barco aunque costaba
hacerme entender. Me enorgullece pensar que los habitantes de Nueva York
entendieran los mensajes que les quería transmitir.
A las 8:00 pm me dirigí hacia la estación de tren. Había
reservado un confortable camerino para ir hacia Los Ángeles. Cuando llegue a la
estación me quedé observando fijamente el ferrocarril en el que me trasladaría
durante 7 días. La locomotora arrastraba ocho vagones y emitía un ruido
ensordecedor. A cada rugido escupía una humareda negra como el mismo carbón que
utilizaba. Era hora de ir subiendo hacia esa gran máquina y de ir colocando el
equipaje en mi estancia. Mi camerino era el número 23 que compartía, sin
saberlo, con una chica. Era alta, morena y delgada. Tenía los ojos azules y el
pelo castaño, cosa que hacía que le resaltaran los ojos a la luz del día. Era
una chica bastante callada y vi algo en ella que me llamaba muchísimo la
atención. Ya llevaba 4 días en el ferrocarril y jamás habíamos intercambiado
ningún tipo de palabra, ni siquiera un hola ni un adiós. Hasta que decidí
hablarle. Me presenté. Recuerdo que me giré hacia ella y le dije:
-Hola. Me llamo Bian.
Encantado de conocerte.
Sus ojos me miraban fijamente y después de unos minutos me
dirigió por fin la palabra.
-Me llamo Blair. Blair Waldorf. Encantada de conocerte.
Después de esas mínimas palabras que compartimos no me dijo
nada hasta que llegamos a nuestro destino, Los Ángeles. Coincidimos a la hora
de recoger nuestro equipaje y cruzamos unas cuantas palabras pero sin ninguna
importancia. Me despedí de ella con un beso en la mano, me sentí como un
caballero. Bajé del convoy y la verdad es que no sabía muy bien hacia dónde
dirigirme. Había una multitud de gente. Lo noté todo muy distinto respeto mi
ciudad natal, Barcelona. Lo primero que hice cuando salí del ferrocarril fue buscar
la casa de unos amigos con los que pasaría la noche antes de irme hacia Tokio,
mi próxima parada. Después de unas dos horas andando por innumerables calles
distintas, encontré la casa donde me hospedaría esa noche. No era una casa muy
grande, la verdad, pero estaba decorada con colores muy vistosos y tenía unas
enormes enredaderas junto a una puerta de hierro que había antes de acceder al
jardín. La puerta estaba entre-abierta y pase sin hacer ningún tipo de ruido.
Me encamine hacia la puerta de la entrada de la casa dónde pasaría la noche y
di unos cuantos toques con mis nudillos en ese pórtico de madera. Pocos
segundos más tarde me abrió una señora alta y ya anciana, pronunciando estas
palabras:
-Supongo que tú eres Bian, adelante muchacho, pasa y
acomódate.
Era el momento de la cena y solo estábamos la anciana y yo
en la mesa, pregunté por los demás y me comentó que habían ido de viaje y que
no estarían durante unos días. En realidad, no era de mi incumbencia, yo tan
solo pasaría una noche allí y al día siguiente zarparía hacia Tokio. Ya era
tarde cuando acabé de cenar, fue una cena exquisita. Tacó tailandés, la verdad
es que nunca lo había probado y era un plato que estaba para chuparse los
dedos. La criada de la casa me indicó donde dormiría aquella noche. Era una
habitación pequeña, con una cama y un escritorio. Me tumbé y me dormí en menos
que canta un gallo, estaba cansadísimo del viaje y lo único que quería era
descansar. Me levanté sobre las 10 am, desayuné huevos fritos y me tomé un café
para despejarme. Me duché, me vestí, arreglé de nuevo mi equipaje y me trasladé
hacia el puerto desde donde zarparía el barco que tenía que coger. De la casa
al barco fui en una carreta tirada por dos caballos. El puerto estaba al lado
del domicilio en el que había pasado la noche, tardé una media hora en llegar
aproximadamente y en 1 hora salía el paquebote que me llevaría hacia Tokio.
Saqué mi cámara y me dedique a hacer un par de fotos a los veleros que había
cerca de dónde yo zarparía. Entre pitos y flautas llegó la hora de
embarcar. El barco que me trasladaría
hacia Tokio se llamaba Colón. Era un barco muy largo y muy ancho, que llevaba
cientos de personas a bordo. Permanecería en él durante 14 días. Fueron los catorce
días más rápidos de mi vida. La gente que iba en aquel barco era bastante
desconfiada y no hablaban con nadie que no conocieran desde antes, así que de
aquél trayecto no me llevé ningún amigo, ni ningún rostro por recordar. Llegué
a Tokio y no tuve tiempo de hacer nada más que bajar mi equipaje, ya que, aquél
mismo día, cinco horas más tarde de desembarcar salía mi próximo barco rumbo
Lang Suan, una pequeña ciudad de Tailandia. Estuve once días en el barco con
dirección Lang Suan (Tailandia). Tenía muchísimas ganas de llegar a mi destino.
Durante el trayecto el tiempo fue desapacible y se me hizo muy pesado. Lo único que quería en esos
instantes era descansar de aquella travesía tan cansina. En el puerto me
recogieron unos familiares que tenía en esa pequeña ciudad de Tailandia. Fuimos
a visitar un poco la ciudad, aunque no era gran cosa. Durante el camino me
hicieron un interrogatorio sobre mi viaje, que no me quedo más remedio que
contestar. Ese día, seis horas después de bajar del barco y desde esa misma
ciudad, salía el Breitling Orbiter, un globo aerostático que me llevaría hacia
Ranong, otra pequeña ciudad de Tailandia dónde allí podría coger un barco hacía
Madras (India). Llegué al lugar desde donde salía el globo que me trasladaría
hacia Ranong, me impresioné al verlo. Jamás había tenido un globo aerostático
tan cerca. Era un globo con un decorado tailandés. La cesta en la que yo tenía
que permanecer de pié durante cuatro horas no era muy grande y además era muy
estrecha. Subió conmigo una persona
tailandesa experta en conducir aquellos
artefactos, ya que no podía ir solo. Me dio tema de conversación en inglés, y
logramos entendernos a pesar de mí pésimo idioma. Se me hicieron cuatro horas
bastante entretenidas. Por fin llegué a mi destino. Tenía las piernas agotadas
de estar de pié durante todo el itinerario. Aterrice en un pequeño descampado
de Ranong, me despedí de mi acompañante y di las gracias por trasladarme de una
ciudad a la otra. Pedí que me indicaran dos o tres veces alguna pensión donde
poder pasar la noche. Necesitaba descansar, estaba hecho migas después de aquel
largo día. Encontré una pensión a unos 15 minutos del puerto, era ideal para
mí, ya que al día siguiente me dirigiría hacia el puerto para coger un barco
rumbo Madras (India). Entré en aquella posada. Me indicaron donde estaba mi
habitación y fui hacia ella. Era una pensión de mala muerte. La cama hacia
ruido, el colchón era muy duro y las paredes estaban llenas de telarañas. No
sabía dónde me había metido, pero después de aquél viaje tan solo quería
dormir, así que, todo lo demás estaba de más. Me puse la alarma a las 9 am. La
noche se me había hecho corta, tenía mucho sueño acompulado, y sin darme cuenta
llego la hora de levantarme. Recogí todo lo que había sacado para dormir y todo
lo que había necesitado para arreglarme. Salí de mi habitación y pagué mi
estancia durante aquella noche. Empecé andar rumbo hacia el puerto. Cuando
llegué, busque el barco que me trasladaría hacía la India. Lo reconocí por su
nombre. Estaba escrito en cursiva y en letra ligada a un lateral del barco; El
Clermont. Había subido a tantos barcos
durante aquellos días que ya no me sorprendían, los veía todos iguales.
Grandes, amplios y con unas chimeneas enormes las cuales sacaban un humo negro. El barco zarpaba a las 11 am. Tendría que
permanecer en él durante dos días. Llegó la hora de zarpar, subí mi equipaje
conmigo y me acomodé en mi camerino. A unas dos horas de trayecto empezó a caer
una gran tempestad. Por primera vez, tuve que reconocer que tenía el miedo y
que solo quería dormirme para no darme cuenta de nada de lo que sucedia fuera, pero no podía. Salí a dar una vuelta
por El Clermont y me cruce con una mirada que ya había visto antes. Me
resultaba una mirada conocida y pura. Y fue en ese momento que recordé a Blair,
la chica que compartió camerino conmigo en uno de mis viajes anteriores. Me
acerque despacio hacia ella y la observe fijamente. Compartimos un par de
miradas más, pero ninguno de los dos intercambió ninguna palabra. Llegó la hora
de comer, me cruce con ella un par de veces, pero nada de nada. Jamás había
creído en los amores a primera vista hasta ese preciso instante. Comí rápido y
me encerré en mi camerino. Saqué los mapas y me puse a calcular distancias y
rumbos. Tenía que saber hacia dónde iría esta vez. Decidí que cuando llegará al
puerto de Madras (India) cogería una carreta y me iría hacia Mangalore, el
puerto principal del estado de Karnataka, India. Eran las cinco de la tarde y
empecé a tener hambre, fui hacia la cafetería y volví a cruzarme con esa mirada
que me tenía enamorado. Esta vez ya no podía aguantar más y me dirigí hacia
ella:
–Disculpe, ¿es usted
Blair Waldorf?
La chica asintió con la cabeza y me respondió con otra
pregunta:
-¿Es usted Bian?
Asentí con la cabeza y empezamos a hablar sobre nuestra
coincidencia. Me contó que ella también estaba dando la vuelta al mundo pero
que lo suyo era voluntariamente. Me sorprendí al ver que compartíamos un mismo
reto. Le propuse acabar la vuelta al mundo conmigo y debajo de una sonrisa
pronunció un sí. Durante unos instantes fue el mejor día de mi vida. Nos
despedimos una sonrisa, cada uno se dirigió hacia su camerino. Ya eran las
20:00 de la noche y yo no tenía hambre,
así que me estiré en la cama y me quedé pensando en esa chica. Horas más tardes
logré dormirme. Recuerdo que aquella noche soñé con ella. Me levanté a las 11
am y fui a desayunar. Ya era mi segundo día en el barco y esa noche tenía que
desembarcar. Desayuné, recogí todas mis pertenencias del camerino y fui al
camerino de Blair. Piqué a su puerta y me abrió al cabo de unos segundos, le
dije si estaba lista para ir hacer la vuelta al mundo conmigo y pronuncio un SI
entusiasmado. Paso el día rápido y a las 9 pm llegó el barco a los muelles de
Madras. Descargamos nuestro equipaje y nos dirigimos hacia un carruaje con dos
caballos que había al lado del puerto. Subí con Blair. Pensé que estábamos
cometiendo la mayor locura de nuestras vidas, ya que tampoco nos conocíamos
mucho pero dicen que las mejores personas están locas así que hice caso del
dicho. Subimos a la carreta. La tiraban dos caballos de color marrón. Uno de
ellos tenía dos manchas blancas. Los caballos eran árabes y estaban
acostumbrados al calor sofocante del desierto y a la falta de agua. Tenían que
resistir dos días con tan solo unas horas de descanso para atravesar los 630 km
que separaban Madras de Mangalore. Descansamos unas horas y nos dirigimos otra
vez hacia nuestro rumbo. Blair tuvo tema de conversación durante todo el viaje.
Cada vez que me hablaba de ella me sorprendía más. Pensé que estaba
enamorándome y eso era, había surgido el amor al menos por mi parte. El señor
que conducía la carreta nos dirigió la palabra muy pocas veces durante el
trayecto, parecía callado. Su rostro se mostraba algo cansado y pálido. El
Puerto de Mangalore era un puerto grande con numerosos barcos. El barco que nos
trasladaría a Blair y a mí hacia Djibouti se llamaba Pyroscaphe. Sus
dimensiones eran muy grandes, tenía dos chimeneas enormes y sacaban una
humareda negra como el carbón. Mi estancia en este barco fue de diezyseis días,
compartí camerino con Blair. A la segunda noche incluso compartimos cama. Los
detalles los contaré otro día. Quedaba un día para llegar a Djabouti. Me
levanté y lo primero que vi fue unos ojos brillantes que no separaban la mirada
de mi rostro. Salté de la cama, le di un beso en la frente a mi princesa y me
vestí para ir a desayunar. Esperé que se vistiera y fuimos juntos a desayunar.
El desayuno estaba exquisito y ella estaba guapísima, igual que el primer día.
Durante el desayuno comentamos nuestro intercambio de palabras del primer día y
nos reíamos sin saber muy bien porque. Jamás había estado tan a gusto.
Terminamos y fuimos hacia la habitación. Teníamos que decidir cuál sería el
siguiente trayecto que haríamos. Ya quedaba menos para llegar a nuestra ciudad
de origen (Barcelona). Mirando mapas y mapas y haciendo rutas decidimos que de
Djibouti cogeríamos un barco hacía Port Said donde pasaríamos por Suez. El día
se nos pasó rápido. Eran las 22:00 y teníamos que desembarcar, cogimos todo
nuestro equipaje y bajamos del Pyroscaphe. Aquella noche dormiríamos poco. A
las 2:00 de la madrugada salía un barco rumbo Porto Said en el que
permaneceríamos cuatro días. Ya quedaba menos para cumplir el reto que me habían propuesto. Cenamos en un
restaurante que había al lado del Puerto de Djabouti. Por suerte Blair conocía
un poco el idioma de ese lugar y pudimos pedir el menú sin ningún tipo de
inconveniente. Había probado miles de comidas diferentes durante todo este
tiempo y la verdad todas me habían gustado muchísimo. Empezamos a cenar sobre
las 00:00 y sin darnos cuenta se nos hizo la hora de irnos rumbo Puerto
Said. Era el penúltimo barco que
cogeríamos. Tenía ganas de llegar a Barcelona y ver a mi familia. Pedimos la
cuenta y nos fuimos del restaurante. Tardamos unos 10 minutos en llegar al Puerto.
Esta vez no sabíamos el nombre del barco con el que nos íbamos pero tenía un
gran cartel donde ponía PORT SAID. Nos dirigimos hacia él. Había muchas
personas subiendo a bordo del barco. Blair y yo fuimos de los últimos en subir.
Después de los tres timbres que sonaron del barco, por fin embarcamos. No
dejaba de pensar en que pasaría cuando Blair y yo llegáramos a Barcelona. ¿Nos
separaríamos? ¿Seguiríamos juntos? Estas dos preguntas invadían mi cabeza la
mayor parte del tiempo. Tan solo llegar al barco nos encaminamos hacia el
camerino que nos correspondía. Que coincidencia volvíamos a estar en el número
23. Blair me comentó que era su número
favorito, pero no me contó el porqué. Solo dijo que creía que era un número
mágico y que siempre que había un 23 significaba que algo bueno pasaría. Las
dos preguntas que me hacía se desvanecieron de mi cabeza y tan solo la ocupaba
Blair. Dormimos juntos. Entre besos y abrazos me quedé dormido.
Faltaban horas para llegar a Puerto Said. Aquellos días
habían pasado bastante rápidos, excepto cuando pasamos por Suez. Aquel pequeño
trayecto se me hizo largo y pesado. No nos habíamos dado ni cuenta que ya
habíamos llegado a Puerto Said. Puerto Said era una ciudad Egipcia. Allí
pasaríamos la noche hasta embarcar la mañana siguiente rumbo Barcelona. No me lo
podía creer. Buscamos un hostal que quedara cerca del Puerto para poder salir
temprano la mañana siguiente. A una hora del Puerto de la ciudad había un
hostal. Aquella noche nos instalamos allí. Blair y yo compartíamos cama. La
habitación era pequeña y solo tenía una mesita de noche. La cama era bastante cómoda, para pasar una
noche no estaba nada mal. Nos levantamos a las 6 am, recogimos todas nuestras
pertenencias de ese sitio, pagamos, y nos marchamos hacia el puerto. Fuimos
andando y tardamos una hora en llegar aproximadamente. El barco que nos
llevaría hacia nuestro destino final se llamaba 23. Así tal y como está
escrito. Recordé cuando Blair me dijo que siempre que apareciera un 23
significaba que lo malo en algo bueno se convertiría. Y tenía razón. El barco
con el que nos íbamos de vuelta a casa tenía un 23. Zarpamos a las 9 am. Estuvimos durante dos
días en el barco. Lo observaba todo al máximo. Miré todas las fotos que había
realizado en aquella aventura. Recordé todo lo que había aprendido en aquel
viaje, todas las nuevas palabras que había empleado y que ni yo mismo sabía que
algún día pronunciaría… Recordé, como, cuando y donde había conocido a la mujer
de mi vida. Ya habían pasado los dos días. Blair i yo habíamos pasado los
mejores dos días desde que estábamos juntos. Hicimos cosas inexplicables e
inolvidables durante esos días. No quería pensar que pasaría cuando llegáramos
a Barcelona. Pero llego la hora de desembarcar. Por fin había llegado a mi
ciudad, a mi tierra, con mi gente… Allí me esperaba toda mi familia, mis amigos
y mi premio.
Riiiiiiing!!!! Ring!!! Riiiiiiiing!!!!!!
De pronto sonó un ruido que odiaba. Era el despertador. Allí estaba mi madre.
Bian despiértate, dúchate y arréglate, tienes que ir al colegio. Rápido que
haremos tarde. Aún no sabía si lo que había sucedido era verdad o mentira,
parecía todo tan real. ¿Y Blair, que había sucedido con Blair? Quería volver a
dormirme y reprender ese sueño, al menos durante unos instantes es lo que más
deseaba, soñar.
Barcelona – Cádiz
-> vergantín /1 dia-> 2.000 KM
Cádiz - New
York -> barco vapor Turbinia/ 4 dias-> 6.200 KM
New York - Los
angles -> ferrocarril/ 7 dias-> 4.000 KM
Los angeles –
Tokio-> barco de vapor/ 14 días-> 6.400KM
Tokio – Lang
Suang-> barco de vapor/ 11 días-> 5.800 KM
Lang Suand –
Ranong -> globo/ 4 horas-> 60 KM
Ranong – Madras->barco de vapor/ 2 dias-> 2.100 KM
Madras – Mangalore-> carreto tirado por caballos/ 2 dias-> 630 KM
Managlore – Djibouti-> barco de vapor/ 16 dias-> 3.500 KM
Djabuti – Suez ->Port Said barco de vapor/ 4 dias-> 5.100 KM
Port sait –
Barcelona-> barco de vapor/2 dias-> 3100 KM
63 dias y 4 horas
0. BARCELONA
1. CÁDIZ
2. NEW YORK
3. LOS ÁNGELES
4. TOKIO
5. LANG GUAN
6. RANONG
7. MADRAS
8. MANGALORE
09. DJBOUTI